Hace 5 años desarrollábamos un proyecto académico en el que el reto era imaginar cómo sería la ciudad dentro de 40 o 50 años, cuando las reservas de petróleo se agoten en la mayoría del planeta. El proyecto, que era muy extenso, se dividió en varios grupos y yo me encargué, junto a los compañeros Alberto Pardina, Antonio Cereceda y Gonzaga Mora, de imaginar un sistema de transporte colectivo para mejorar la sostenibilidad en la ciudad. Además, proyectábamos una serie de previsiones que nos permitían, a lo largo de una línea temporal, llegar desde la ciudad de nuestros días (el proyecto nació en Sevilla) hasta esa ciudad futura donde los combustibles fósiles no sean una opción. La reflexión de este artículo viene dada porque, a día de hoy, ya hemos alcanzado la primera línea temporal de nuestro cronograma, la de los 5 años, y por tanto podemos hacer ya un primer balance. Es verdad que este último lustro ha estado protagonizado por la crisis económica y que eso ha dejado atrás gran parte de las preocupaciones medioambientales del planeta, pero también es cierto que seguimos consumiendo y que ya estamos 5 años más cerca del fin de petróleo, por lo que no conviene olvidar este debate. La crisis, precisamente, ha impedido que se desarrollen muchos proyectos que iban en esta línea, aunque sí es cierto que, las ciudades que apuestan por invertir en movilidad sostenible, han seguido las líneas básicas de las que hablábamos en el proyecto - que evidentemente no eran invenciones nuestras, sino un análisis de las tendencias en el urbanismo de los últimos años -. Concienciación ciudadana, carriles específicos para el transporte público, redes de transporte colectivo y lo que me parece más importante: la extensión del uso del coche compartido. Si analizáis el cronoprograma del proyecto (del que podéis ver otras imágenes aquí) podréis comprobar que nuestra visión de la ciudad del futuro no sólo tiene que ver con un cambio en el paradigma energético: de hecho, ese cambio será obligatorio e innegociable, pues el petróleo se agota y el ser humano tiene que seguir desarrollando su actividad. Sin embargo, hay otro cambio aún más importante y es el cambio radical del modelo productivo, pues es el sistema capitalista el que marca los ritmos de producción y consumo en el planeta y el gran culpable de que se agoten los recursos. Volviendo al tema de la movilidad: no se trata solamente de acabar con el vehículo de gasolina. Se trata de erradicar el vehículo privado. La idea puede parecer radical y de hecho lo es dentro del sistema capitalista, pero no tiene por qué implicar un empeoramiento de nuestro sistema de transporte o de nuestros hábitos diarios. Vayamos por partes. La solución que se ha venido dando hasta ahora al agotamiento del petróleo se basa casi exclusivamente en el desarrollo del vehículo eléctrico, cuyos problemas actuales son dos: las menores prestaciones de los coches eléctricos actuales, y la producción de energía eléctrica, que en su mayor parte aún emplea combustibles fósiles. Sin embargo, la introducción de nuevos sistemas energéticos en el transporte no ha puesto en duda la necesidad de que cada familia siga teniendo uno o dos coches de su propiedad, porque poner esto en duda significaría poner en crisis a las grandes multinacionales que fabrican vehículos. No obstante, conceptos como el car-sharing (coche compartido) están cada vez más extendidos y no son pocos los países que han intentado ya legislar contra empresas como BlaBlaCar que, en definitiva, han puesto sobre la mesa que es posible mejorar los sistemas públicos de transporte simplemente mediante una web donde la gente puede ponerse de acuerdo para viajar, ahorrando tiempo y combustible. Evidentemente, la solución no pasa por BlaBlaCar en el futuro que imaginamos, pues se sigue usando el vehículo privado. La solución pasa por el diseño a escala estatal de redes de transporte colectivas que puedan ser usadas aún de manera individual. Es decir, por una red nacional de vehículos que cada persona pueda usar según sus necesidades y le evite tener que comprar un coche. Este sistema ya existe en realidad, y empresas como Car2Go ya lo emplean en ciudades como Roma, Milán y otras capitales de Europa y Norteamérica. Su funcionamiento es tan sencillo como el de alquiler de bicicletas públicas que tan popular se ha hecho en la propia Sevilla y otras muchas ciudades: cada usuario, pagando una tasa anual, dispone de una tarjeta magnética con la que puede abrir y arrancar cualquier coche Car2Go. El vehículo reconoce al usuario por el código de la tarjeta, y cuando es aparcado de nuevo en otro punto de la ciudad, envía información a una centralita para transmitir los minutos y el combustible que ha consumido, que serán cargadas a la cuenta del usuario. El sistema se optimiza con una aplicación en el teléfono móvil que permite localizar los coches disponibles en todo momento. El inconveniente, claro está, es que Car2Go funciona sólo en ciudades y cada realidad local goza de su propia centralita. Pero nos permite pensar en un sistema centralizado donde el control no lo ejerza una sóla empresa sino la propia Administración del Estado, lo que permitiría dos cosas: primero, que toda la producción y distribución de vehículos sería pública, con el consiguiente aumento del empleo público que eso conllevaría; y segundo, que al ser un sistema estatal, dejaría de funcionar sólo en las ciudades y pasaría a ser un sistema territorial que llegue hasta el pueblo más pequeño. Además, damos por hecho que en los próximos años la autonomía de los coches eléctricos aumentará lo suficiente como para permitir su uso en largas distancias, no estando ya limitado a su uso en ciudad. ¿Podemos pensar entonces en un futuro donde los coches sean un bien común y no una propiedad privada? Estamos hablando de un sistema que sustituya las hipotecas para comprar coche por un impuesto para poder utilizarlo en todo momento. Hablamos de usar un modelo diferente de coche para cada necesidad (viajes en familia, desplazamientos en solitario, traslados urbanos...), y hablamos también de aumentar la eficiencia de nuestro transporte rebajando la contaminación y los gastos familiares, a la vez que fomentamos el empleo público y el desarrollo de una tecnología nacionalizada y accesible a cualquiera. ¿Llegaremos a ver esta revolución? Por supuesto, está abierto el debate, usad los comentarios.
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